La aparente simplicidad de un valle, es suficientemente hermosa como para hacernos una idea de la suerte de planeta que tenemos. ¿Cómo no va a hacerse paso la vida en un tan espectacular escenario?
MUY AGRADECIDO A TODOS LOS QUE ME HABÉIS ESCRITO PALABRAS DE ÁNIMO TAN HERMOSAS. DE VERDAD QUE ME SIENTO MUY AGRADECIDO POR TENER A SERES COMO VOSOTROS, QUE DESDE CUALESQUIERA REMOTOS LUGARES, PONEN SUS OJOS SOBRE MIS PALABRAS ESCRITAS.
NO PUEDO RESPONDEROS, PORQUE blogger PONE A VUESTROS MENSAJES EL CALIFICATIVO DE noreply-comment. DE TODAS FORMAS, SOIS TANTOS, QUE NECESITARÍA MUCHOS DÍAS PARA PODER HACERLO.
CUANDO TENGÁIS OCASIÓN, LEED IRIS, COMENZAD POR AHÍ. QUIZÁ ME PODÁIS DAR VUESTROS COMENTARIOS PARA LA SEGUNDA PARTE, IRIS 2, EN LA QUE YA ESTOY METIDO DE LLENO. Son 3€uros en Amazon.es por casi 900 páginas de texto intenso.
GRACIAS AMIGOS.
IRIS
Alfonso Sánchez Ortega
Pero en aquel entonces de mis
primeros años, cuando la tormenta ya estaba encima, no me daba tiempo a contar
los segundos entre el relámpago y el trueno. Apenas podía llegar al dos, cuando
un nuevo relámpago iluminaba toda la casa por dentro… y el nuevo estruendo
hacía su aparición, primero agudo y estridente, después muy grave, mientras
rodaba vibrando y resonando entre las nubes, sin apenas tiempo suficiente a que
el gran ruido del trueno anterior, hubiera desaparecido, viniendo el trueno
siguiente, con su ruido propio, y el primero todavía rodando por allá arriba,
sin respetar que el trueno anterior hubiese desaparecido aún de nuestros oídos.
La Física sólo respeta sus propias normas.
Una vez tras otra, los truenos
se apelotonaban, llegando un momento en que había un ruido enorme y continuo,
mezcla del último y de todos los truenos anteriores, que allí arriba, no tan
lejos de como puede parecer, todavía siguen resonando. Mis cálculos no me
funcionaban. Parecía como si el final del mundo hubiese llegado ya. Da lo mismo
que esto haya sucedido una vez tras otra. Nunca nos acostumbraremos al
sobrecogimiento que nos produce.
El caso es que sobre todo en
verano, las tormentas de por las tardes se sucedían muy asiduamente. Ahora ya
no es así. Ahora las cosas son muy diferentes. Parece que va a haber tormenta y
se oye un ruido sordo y distante, o dos a lo sumo, con un cierto recuerdo a un
trueno ya muy lejano desde su principio. Cuatro gotas que nos caen,
amenazantes… eso sí, miramos de nuevo al cielo y sigue negro, muy negro… Y eso
es todo. ¿Será posible que hoy ni siquiera llueva un poquito? ¿No lloverá nada…
otra vez? No llueve nada. Las cuatro gotas, fueron cuatro, siendo generosos en
el contar con exceso. Ni una más. Y las nubes negras se van decepcionadas,
quién sabe si hasta cansadas de que pese a que ellas estaban cumplidoras ahí,
no ha llovido nada, no se han podido descargar, ellas no pueden hacer otra cosa
que formarse para estar en el lugar convenido, asiduas teñidas de negro... pero
es que si las condiciones no son las acordadas, las nubes tienen que marcharse,
sin ningún otro evento a desarrollar. Aunque seguramente marcharán
decepcionadas.
¿Quizá es que ahora, según
vemos el cielo tan oscuro, llueve y truena por el otro lado?
No es muy fácil comprender que
si estamos en una época de calentamiento global de nuestro planeta ¿cómo puede
ser que no llueva por efecto del calor? Porque cada vez hace más calor. O de
repente llueve mucho, de forma extrema y desmesurada, causando penalidades. He
llegado a poder presenciar durante un mes de Junio, cómo de las oscuras nubes
caían gruesos copos de nieve, en una temperatura ambiente muy fría, por debajo
de cero, mientras para colmo del desatino, los truenos ponían en estado de
paradoja aquél helado entorno de la sierra de Madrid.
Tal vez cabe pensar que un
calentamiento del planeta, por el efecto invernadero, debería provocar una
mayor y más rápida evaporación del agua de la superficie. Agua que se supone
que tendría que estar aumentando en su estado líquido, según ya está
aconteciendo que el hielo de los polos se derrite a gran velocidad. Todavía
está reciente para mí el recuerdo de cuando la evaporación de un lago o de un
río, era tan fuerte y enérgica, que las hormigas, las ranas y los peces de
hasta cierto tamaño, eran absorbidos junto con el agua y subidos hasta las
nubes, para después, en la descarga de la lluvia, caer zarandeados y aplastados
en su irremediable golpe contra el suelo. Aquello sí que eran tormentas y el
suelo quedaba desparramado de aquella desagradable muestra de desafortunados
bichejos muertos.
Pues no. Ahora hace más calor.
Hay más agua en estado líquido, pero su evaporación ya no se produce de la
misma forma. Las condiciones químicas para que el agua se evapore ya no
funcionan con las mismas constantes, o simplemente no hace suficiente calor
para ello. Sin embargo ahora hace más calor que antes. ¿O se evapora y el agua
convertida en vapor desaparece? Esto no parece lógico. La materia, como la
energía, no puede desaparecer. Quizá nuestro planeta tiene una descompensación
de las variables, y provoca que los procesos habituales no funcionen de la
misma acostumbrada manera.
De hecho es así. Lluvias
torrenciales, desiertos, que aparecen en lugares que no les corresponde, cuyas
variables y sus constantes han sido posiblemente extraviadas. De toda el agua
que hay en la Tierra, solamente el 3% es agua dulce. De esta pequeña cantidad,
hay que extraer la que no es potable. Qué poca agua queda para beber.
Y el agua que tenemos en la Tierra es la que hay. No hay más. Es muy improbable que haya más. En un principio, no había agua en este nuestro planeta. Ha sido preciso un tiempo de miles de millones de años, para que quizá muchos millones de asteroides cargados de agua, se hayan estrellado con la Tierra y hayan depositado el agua que remotamente traían en su viaje, para desparramarla aquí para nosotros. Hemos sido afortunados. Precisamente por haber agua en nuestra Tierra, estamos nosotros aquí.
...
A los humanos, el calentamiento
global también nos afecta acompañando a nuestra respiración y a nuestra piel.
Se nos va metiendo a través de ellas por los caminos por donde nos va llevando
la vida, acompañando nuestras acciones, produciendo cambios que de ninguna forma
podemos enderezar, posiblemente porque no sabemos, tal vez además porque la
suerte apenas se toma vacaciones o hasta quizá también le afecten las
convulsiones económicas y ahora ya sí que no se toma descanso alguno de ninguna
de las maneras. Pese a que escasamente se nos aparece con su cara de bondad, la
presencia negativa, mordaz y maliciosa de la suerte, nos acompaña implacable e
inseparable durante toda nuestra vida, como la herrumbre al tiempo. Es
inevitable.
Debe ser que, como los humanos
somos tan poquita cosa, mejor aún, somos tan diminutos, que las unidades de
medida las hemos inventado para medir nuestras cosas, adaptadas a nuestro
tamaño y comprensión. Pero cuando las medidas se refieren a las cosas de por
ahí afuera, nuestras medidas se hacen ridículas. Como nuestro tamaño. No es
fácil de creer, pero efectivamente debemos ser algo diminuto, vistos desde el
exterior. Realmente considerando incluso todo nuestro Sistema Solar, con el Sol
y todos los planetas juntos, nuestro Sistema debe ser en comparación, como un
puñado de pequeños granitos de polvo, en el conjunto del Universo. ¿Adónde
vamos nosotros con nuestras medidas? Tenemos que echar mano de demasiados
ceros, lo que nos produce un cierto mareo de cifras tan enormes e inalcanzables.
¿He escrito inalcanzables?
Es por esta razón por la que
hemos tenido que crear unas unidades mayores que las nuestras, para ahorrarnos
escribir tantos ceros, una vez que nos hemos dedicado a observar y a calibrar
las distancias del Cosmos. Así hemos creado nuevas unidades de medida como la
Unidad Astronómica, el Año Luz y el Parsec, que como al final se vuelve a
quedar todo pequeño, las medidas de distancias las hacemos en kiloparsec y
megaparsec. No me ha dado ningún telele, no. Sé bien lo que estoy escribiendo.
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