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lunes, 16 de julio de 2012



La aparente simplicidad de un valle, es suficientemente hermosa como para hacernos una idea de la suerte de planeta que tenemos. ¿Cómo no va a hacerse paso la vida en un tan espectacular escenario? 

MUY AGRADECIDO A TODOS LOS QUE ME HABÉIS ESCRITO PALABRAS DE ÁNIMO TAN HERMOSAS. DE VERDAD QUE ME SIENTO MUY AGRADECIDO POR TENER A SERES COMO VOSOTROS, QUE DESDE CUALESQUIERA REMOTOS LUGARES, PONEN SUS OJOS SOBRE MIS PALABRAS ESCRITAS.

NO PUEDO RESPONDEROS, PORQUE blogger PONE A VUESTROS MENSAJES EL CALIFICATIVO DE noreply-comment. DE TODAS FORMAS, SOIS TANTOS, QUE NECESITARÍA MUCHOS DÍAS PARA PODER HACERLO.

CUANDO TENGÁIS OCASIÓN, LEED IRIS, COMENZAD POR AHÍ. QUIZÁ ME PODÁIS DAR VUESTROS COMENTARIOS PARA LA SEGUNDA PARTE, IRIS 2, EN LA QUE YA ESTOY METIDO DE LLENO. Son 3€uros en Amazon.es por casi 900 páginas de texto intenso.

GRACIAS AMIGOS.

IRIS
Alfonso Sánchez Ortega

Pero en aquel entonces de mis primeros años, cuando la tormenta ya estaba encima, no me daba tiempo a contar los segundos entre el relámpago y el trueno. Apenas podía llegar al dos, cuando un nuevo relámpago iluminaba toda la casa por dentro… y el nuevo estruendo hacía su aparición, primero agudo y estridente, después muy grave, mientras rodaba vibrando y resonando entre las nubes, sin apenas tiempo suficiente a que el gran ruido del trueno anterior, hubiera desaparecido, viniendo el trueno siguiente, con su ruido propio, y el primero todavía rodando por allá arriba, sin respetar que el trueno anterior hubiese desaparecido aún de nuestros oídos. La Física sólo respeta sus propias normas.
Una vez tras otra, los truenos se apelotonaban, llegando un momento en que había un ruido enorme y continuo, mezcla del último y de todos los truenos anteriores, que allí arriba, no tan lejos de como puede parecer, todavía siguen resonando. Mis cálculos no me funcionaban. Parecía como si el final del mundo hubiese llegado ya. Da lo mismo que esto haya sucedido una vez tras otra. Nunca nos acostumbraremos al sobrecogimiento que nos produce.
El caso es que sobre todo en verano, las tormentas de por las tardes se sucedían muy asiduamente. Ahora ya no es así. Ahora las cosas son muy diferentes. Parece que va a haber tormenta y se oye un ruido sordo y distante, o dos a lo sumo, con un cierto recuerdo a un trueno ya muy lejano desde su principio. Cuatro gotas que nos caen, amenazantes… eso sí, miramos de nuevo al cielo y sigue negro, muy negro… Y eso es todo. ¿Será posible que hoy ni siquiera llueva un poquito? ¿No lloverá nada… otra vez? No llueve nada. Las cuatro gotas, fueron cuatro, siendo generosos en el contar con exceso. Ni una más. Y las nubes negras se van decepcionadas, quién sabe si hasta cansadas de que pese a que ellas estaban cumplidoras ahí, no ha llovido nada, no se han podido descargar, ellas no pueden hacer otra cosa que formarse para estar en el lugar convenido, asiduas teñidas de negro... pero es que si las condiciones no son las acordadas, las nubes tienen que marcharse, sin ningún otro evento a desarrollar. Aunque seguramente marcharán decepcionadas.
¿Quizá es que ahora, según vemos el cielo tan oscuro, llueve y truena por el otro lado?
No es muy fácil comprender que si estamos en una época de calentamiento global de nuestro planeta ¿cómo puede ser que no llueva por efecto del calor? Porque cada vez hace más calor. O de repente llueve mucho, de forma extrema y desmesurada, causando penalidades. He llegado a poder presenciar durante un mes de Junio, cómo de las oscuras nubes caían gruesos copos de nieve, en una temperatura ambiente muy fría, por debajo de cero, mientras para colmo del desatino, los truenos ponían en estado de paradoja aquél helado entorno de la sierra de Madrid.
Tal vez cabe pensar que un calentamiento del planeta, por el efecto invernadero, debería provocar una mayor y más rápida evaporación del agua de la superficie. Agua que se supone que tendría que estar aumentando en su estado líquido, según ya está aconteciendo que el hielo de los polos se derrite a gran velocidad. Todavía está reciente para mí el recuerdo de cuando la evaporación de un lago o de un río, era tan fuerte y enérgica, que las hormigas, las ranas y los peces de hasta cierto tamaño, eran absorbidos junto con el agua y subidos hasta las nubes, para después, en la descarga de la lluvia, caer zarandeados y aplastados en su irremediable golpe contra el suelo. Aquello sí que eran tormentas y el suelo quedaba desparramado de aquella desagradable muestra de desafortunados bichejos muertos.
Pues no. Ahora hace más calor. Hay más agua en estado líquido, pero su evaporación ya no se produce de la misma forma. Las condiciones químicas para que el agua se evapore ya no funcionan con las mismas constantes, o simplemente no hace suficiente calor para ello. Sin embargo ahora hace más calor que antes. ¿O se evapora y el agua convertida en vapor desaparece? Esto no parece lógico. La materia, como la energía, no puede desaparecer. Quizá nuestro planeta tiene una descompensación de las variables, y provoca que los procesos habituales no funcionen de la misma acostumbrada manera.
De hecho es así. Lluvias torrenciales, desiertos, que aparecen en lugares que no les corresponde, cuyas variables y sus constantes han sido posiblemente extraviadas. De toda el agua que hay en la Tierra, solamente el 3% es agua dulce. De esta pequeña cantidad, hay que extraer la que no es potable. Qué poca agua queda para beber.
Y el agua que tenemos en la Tierra es la que hay. No hay más. Es muy improbable que haya más. En un principio, no había agua en este nuestro planeta. Ha sido preciso un tiempo de miles de millones de años, para que quizá muchos millones de asteroides cargados de agua, se hayan estrellado con la Tierra y hayan depositado el agua que remotamente traían en su viaje, para desparramarla aquí para nosotros. Hemos sido afortunados. Precisamente por haber agua en nuestra Tierra, estamos nosotros aquí.
...
A los humanos, el calentamiento global también nos afecta acompañando a nuestra respiración y a nuestra piel. Se nos va metiendo a través de ellas por los caminos por donde nos va llevando la vida, acompañando nuestras acciones, produciendo cambios que de ninguna forma podemos enderezar, posiblemente porque no sabemos, tal vez además porque la suerte apenas se toma vacaciones o hasta quizá también le afecten las convulsiones económicas y ahora ya sí que no se toma descanso alguno de ninguna de las maneras. Pese a que escasamente se nos aparece con su cara de bondad, la presencia negativa, mordaz y maliciosa de la suerte, nos acompaña implacable e inseparable durante toda nuestra vida, como la herrumbre al tiempo. Es inevitable.


Debe ser que, como los humanos somos tan poquita cosa, mejor aún, somos tan diminutos, que las unidades de medida las hemos inventado para medir nuestras cosas, adaptadas a nuestro tamaño y comprensión. Pero cuando las medidas se refieren a las cosas de por ahí afuera, nuestras medidas se hacen ridículas. Como nuestro tamaño. No es fácil de creer, pero efectivamente debemos ser algo diminuto, vistos desde el exterior. Realmente considerando incluso todo nuestro Sistema Solar, con el Sol y todos los planetas juntos, nuestro Sistema debe ser en comparación, como un puñado de pequeños granitos de polvo, en el conjunto del Universo. ¿Adónde vamos nosotros con nuestras medidas? Tenemos que echar mano de demasiados ceros, lo que nos produce un cierto mareo de cifras tan enormes e inalcanzables. ¿He escrito inalcanzables?
Es por esta razón por la que hemos tenido que crear unas unidades mayores que las nuestras, para ahorrarnos escribir tantos ceros, una vez que nos hemos dedicado a observar y a calibrar las distancias del Cosmos. Así hemos creado nuevas unidades de medida como la Unidad Astronómica, el Año Luz y el Parsec, que como al final se vuelve a quedar todo pequeño, las medidas de distancias las hacemos en kiloparsec y megaparsec. No me ha dado ningún telele, no. Sé bien lo que estoy escribiendo.

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