¿Crees que la suerte existe?
IRIS
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Alfonso Sánchez Ortega
La buena suerte. La mala
suerte. Ambas existen. No sólo existen sino que además, se pueden dar las dos a
la vez. No solamente hacen su aparición de forma súbita e inesperada, sino que
incluso nos pueden aparecer cuando menos se necesitan, convirtiéndose en muchos
momentos en totalmente inoportunas. Tanto que puede llevar al traste todos
nuestros planes, por supuesto, en el sentido positivo o en el negativo. Lo
inesperado de la suerte nos puede empujar por inercia a acciones también
inesperadas e inoportunas, que nunca habríamos hecho si hubiésemos planificado
qué hacer si sucediera una cosa imprevisible. Si lo tuviésemos previsto, al
menos sabríamos reaccionar más rápido y en alguna manera, podríamos dominar
algo la situación creada.
Siempre podemos imaginar como
espontánea la aparición de sucesos inesperados. Porque los humanos somos muy
limitados y porque la sucesión natural de las cosas nos somete a los humanos al
olvido de tener en cuenta otros muchos aspectos, de manera que cuando ya ha
surgido lo impensable, nos hace tirarnos de los pelos precisamente al pensar
cómo no habíamos tenido en cuenta la probable aparición de ciertos sucesos, que
se nos olvidaron o simplemente ignoramos, incluso de manera consciente,
mientras dura la euforia de la definición de nuestros planes, en el tiempo en
que hemos estado pensando que siempre nos iba a salir todo bien.
Podemos argumentar cualquier
estrategia o procedimiento que se nos pueda ocurrir, pero la suerte existe,
positiva o negativa, o como mezcla de ambas, no olvidemos que una, venida de
cara, puede esconder a la otra, que viene por detrás, en cualquiera de los
sentidos. Nada podemos hacer antes de su aparición, de manera súbita e
inesperada, excepto procurar tener siempre prevista su posible presencia.
Sus consecuencias por el contrario, positivas o negativas para nosotros, llegarán a desviar y a cambiar de manera drástica nuestra forma de vivir y nuestra propia vida... sin que al menos aparentemente, podamos hacer nada por evitarlo.
Sus consecuencias por el contrario, positivas o negativas para nosotros, llegarán a desviar y a cambiar de manera drástica nuestra forma de vivir y nuestra propia vida... sin que al menos aparentemente, podamos hacer nada por evitarlo.
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