IRIS 2
Alfonso Sánchez Ortega
Una vez que habíamos visto y
comentado todo en relación al interior de la casa, nos quedamos ambos de pie en
silencio mirándonos como si hubiese transcurrido una eternidad desde que nos
habíamos visto la última vez. La sonrisa de los dos, iluminó nuestras miradas.
Lyntha se acercó a mí de forma impetuosa y cogiéndome mis mejillas con sus
manos, me estampó un beso en los labios, de esos que escriben con mayúsculas un
momento.
Una vez que decidió que aquel beso
ya se había terminado o sencillamente no era suficiente, me cogió de la mano, y
me llevó al dormitorio principal, que era donde yo dormía mientras vivía en
aquella casa en Delhiverans.
Entramos en el dormitorio y Lyntha me hizo sentar en el
amplio sillón que había en los pies de la cama. Una vez que me dejó acomodado
en el sillón, se acercó a la cama y con un decidido y ágil movimiento, extrajo
de un solo gesto el cobertor azul índigo de algodón que la cubría y lo extendió
ampliamente a mis pies sobre el suelo, atusándolo, hasta que estuvo bien
estirado.
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