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viernes, 22 de junio de 2012







Un lugar muy peculiar

Alfonso Sánchez Ortega

El ambiente de una empresa familiar, por su paternalismo y la contratación continua de familiares, amistades, vecinos, paisanos y oportunidades de saldo, en muchos casos sin experiencia ni preparación profesional. En algunas ocasiones, de haber experiencia, es escasa, por lo que el hábitat es un buen caldo de cultivo que propicia a que la empresa se vaya cargando de empleados convertidos en estómagos agradecidos por la oportunidad recibida y en tantos y tantos casos, al menos asumida por los interesados como inmerecida. Aunque siempre están los desagradecidos que miran por encima del hombro a los demás, o los ciegos, mancos y cojos, que encima piensan que son muy aptos y valiosos para desarrollar el trabajo que les ha sido encomendado. Mucho mejor que los demás, que esos si que son incompetentes.

La dirección, más allá de contratar y formar verdaderos profesionales, crean y mantienen en ebullición ese caldo, para alojar incompetentes y no menos perjudiciales clases de personas, —incluidos muchos elementos de la propia dirección—, que cada día con más escasos y obsoletos conocimientos y capacidades al contrario de lo que debería ser como crecer por la experiencia tienen que aprender a mantenerse y a sobrevivir, de la forma que pueden y saben, porque realmente no saben hacer crecer su experiencia, quedando atrapados todos por el velo del tiempo, que sin apreciarlo por ellos mismos, les va cayendo encima, erosionando poco a poco lo que la fortuna les brindó.

La fermentación que allí dentro se produce, sin saber evitar los hábitos negativos y contaminantes que se van creando dentro de la empresa, como si se tratara de un virus activo, que va haciendo de la empresa un ente espesamente lento e incompetente, incapaz de reaccionar para buscar y menos aún encontrar, nuevos negocios que les produzcan alientos de aire no viciado en el día a día, que les permita estar preparados cuando el término de su habitual negocio fortuitamente cautivo, cambie de rumbo y se desmorone, mucho más aprisa de lo que costó levantarlo.
...


En este caso, aunque de momento nada dijo, el Director General se oponía a todo y era la mayor resistencia para el proceso de cambio. Él lo sabía perfectamente. Pretendía que las cosas allí cambiasen, pero permaneciendo él al margen. Pero eso era imposible, porque si el aire nuevo de cambio no parte de él, como máxima representación ejecutiva de la empresa, no se podrá seguir refrescando la organización hacia adelante. No quería una Definición de Objetivos para él, por lo que se le terminaron los argumentos para poderlos exigir a los restantes Directivos.

Llegados a estos términos, las miserias de la empresa se movían cómodas por todas partes. Toda ocasión parecía adecuada para que se manifestasen en cualquiera de sus formas.


Un lugar muy peculiar
Alfonso Sánchez Ortega

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