Translate

viernes, 7 de septiembre de 2012


IRIS
Alfonso Sánchez Ortega


¡Qué hijo de puta! ¡Qué paliza que me ha dado! No sabía por dónde empezar a curarme. Podría ocultar los brazos y el resto del cuerpo, con el jersey y un pantalón largo, pero las manos, la cara y el ojo, no los podría ocultar. Tenía que echarme algún desinfectante y después ponerme vendas. Quizá unas gafas de sol… en invierno… sería aquello chocante, pero no me quedaba más remedio. No podía hacerlo yo solo, no sabía ni por dónde empezar. Necesitaba ayuda. Tampoco sabía yo muy bien si era mejor darme “mercromina”, o echarme polvos de azol o de talco, o crema desinfectante, o lavarlos bien con agua fría ¿o mejor caliente? ¿O mejor yodo? Tenía que llamar a mi madre y contarle una historia. Volví a ponerme los pantalones. Abrocharme los botones me dolía mucho por doblar los dedos. Hay que joderse. Ya podría ser mayor, aunque en estas circunstancias supongo que al ser más grande, las heridas serían más grandes también. ¡Qué hijo de puta Don Manuel!
— ¿Mamá puedes venir, por favor?
— Dime ¿qué quieres? ¿Te pasa algo?
— Mamá me he caído en la calle y cuando abra la puerta no quiero que te asustes, porque entonces no me podrás ayudar a curarme. No me grites ni me des gritos por favor, porque entonces no te dejo que entres.
— ¡Ay Dios mío! ¿Pero qué te ha pasado? ¿Te has pegado con alguien?
— Mamá ya soy mayor, me he caído en la calle, me he caído por un terraplén en unas obras que hay por la colonia. Me subí a un montículo jugando con Eugenio y me caí rodando hacia abajo. Pero no quiero que me montes ningún número porque ya tengo bastante con lo que me duele —se me ocurrió esa disculpa, aunque la ropa no la tenía manchada de tanto polvo del ropero, como para aparentar haberme caído rodando por un terraplén. No se fijaría mi madre en esos detalles, iría directamente a las heridas. Lo único que podía esconderle era el culo, los dolores generales y la rabia que sentía.
— ¡Ay Dios mío! ¡Qué habrás hecho! ¡Anda abre! ¡Déjame que te vea!
— Mamá no tengo a nadie a quien contarle esto, necesito curarme y no sé hacerlo solo. Necesito que me cures por favor… pero no me regañes, porque ya me he llevado yo suficiente susto y tengo bastantes dolores, como para que me grites.
¡Ay Dios mío! ¿Pero qué te ha pasado?
Con las manos en la cabeza y chillando como era de esperar, mi madre estaba espantada. Se me caían las lágrimas y mi madre que veía la pena con que yo estaba llorando, además de lo que me debía doler… se apiadaba de mí y me decía cosas para animarme. Me dio cuatro besos y parecía que me comprendía porque ya no me regañaba. Se afanaba en lavarme cariñosamente con agua y jabón, secándome con mucho cuidado, pese a mis protestas de que me estaba haciendo mucho daño.
Manos con vendas, rodillas y codos también, cara con crema y ojo bien lavado y con colirio por dentro. Y esperar que todo se quite pronto. El resto como no tengo heridas, se quitarán poco a poco los moratones que seguro me saldrán. Supongo que eso será todo. Pero me duelen las rodillas y el culo lo que más… me cuesta mucho sentarme y el rato de levantarme es un reto ahora para mí. Me duelen mucho los brazos plegarlos sobre el cuerpo y los codos y los dedos al doblarlos también.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor deja tu comentario bajo cada entrada de texto.
Me servirá para los siguientes escritos.
Muy agradecido por tu opinión.