Un lugar muy peculiar
Alfonso Sánchez Ortega
Ramón
estas cosas no las ve. El hombre está sumido en la inquietud de que todos los
clientes estén satisfechos con el trabajo entregado y seguirle dando vueltas a
la manivela de encontrar otros negocios diferentes. O al menos eso nos ha
contado siempre. Pero en su empeño, nunca encontró nada nuevo. Los milagros no
se repiten y en esta empresa, ya se había producido uno, del que todos vivíamos
apenas sin merecerlo.
No era Ramón. Era
Agapito. Él tendría que haber sido el operativo. Pero no lo conseguía. No lo
había aprendido y no lo había visto en nadie para poderlo copiar. Con su
continuo no saber qué hacer más que tocar las narices a los demás, seguramente
para que se notase su existencia. No por ninguna otra cosa, sino porque no
había nada más por detrás.
Según Santiago se
veía ya en suelo, distraído con los recuerdos agolpados del pasado, que veloces
y sin ninguna pausa se deslizaban uno tras otro ante sus ojos perdidos, lo
mismo que de vez en cuando le sucedía, cuando dejaba la vista levantada hacia
el techo y dejaba correr la imaginación, que siempre se le iba hacia atrás y
nunca hacia adelante, sin poder al principio, comprender bien el por qué.
Aunque en aquel preciso momento, algo nuevo sucedía, oía gritos y carreras de
varios compañeros inclinados a su alrededor, llamándole por su nombre.
— ¿Santi, Santi, estás bien…? ¡Santiago…!
Ahora
se veía despertar, después de vete a saber cuánto tiempo de haber estado
inconsciente o quizá distraído por ahí, como a él le gustaba decir. De regreso sin
ninguna duda de un nuevo ataque sin aviso y presumiblemente que de nuevo, fue
el corazón lo que le falló. Nunca había tenido ningún problema al respecto, y
ahora en tan poco tiempo, dos veces por falta de una. El sueño borra el tiempo
y Santiago no tenía ni idea de cuánto tiempo había estado dormido, fuera de la
realidad. La otra vez sucedió algo parecido. Ya tenía alguna experiencia sobre
aquél despertar. Por lo menos ha salido adelante. Ahora faltaba que todas las
funciones se restablezcan poco a poco. Todos son distintos pasos de todo el
proceso completo. Un infarto superado es así. Se lo explicaron muy bien la otra
vez. El proceso de entrada en el infarto es repentino y rápido, pero la parte
de la salida, tiene sus dificultades y es mucho más lento. Ya lo conocía todo
aquello perfectamente. Al abrir los ojos de nuevo, había ya comenzado el
proceso de salida. O de retorno como él lo prefería llamar.
Es algo muy curioso,
pero sus emociones ahora mismo, tal y como puede ya perfectamente recordar, están
muy poco alteradas, tan poco, que le parecía apreciar claramente en este
momento, el cabreo que sentía con aquella actitud machacona, indulgente, de
ojos y oídos cerrados de Fulgencio. «Ese hombre es un “sin razón”, un peligro
para todos, y un desastre para la empresa». Santiago pensaba
libremente en sus adentros… que bien engañaba a Ramón, bien. Y todo porque
Ramón decía que como Fulgencio, nunca había oído a nadie interpretar la
información económica como información realmente financiera. Como si eso fuese
algo tan extraño y tan espectacular, una vez conocido cualquier mediocre
financiero.
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