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miércoles, 11 de julio de 2012





Un lugar muy peculiar
Alfonso Sánchez Ortega

Santiago comenzó a hacer memoria, de cómo durante la última reunión de trabajo en la empresa, tras la bronca que le había derramado Fulgencio encima, Santiago creía que, como siempre, no tenía ninguna razón para echarle nada en cara, y como era de lamentable costumbre, se enfrentaban los dos, porque no había ninguna posibilidad de que Fulgencio escuchase más allá de lo que le apetecía o quizá, dentro de su arrogante y déspota existir, no fuese capaz ni siquiera de oír y ver dos dedos más allá de los cristales de sus gafas.
Según estaba Santiago reprimido y absorto, contando hasta veinte en su interior, porque ya los diez, hacía bastante tiempo que se le quedaban muy cortos, apretando los dientes y haciendo un gran esfuerzo por sujetarse y no saltarle a los ojos o a la yugular de Fulgencio, sintió un creciente dolor en la espalda, que le comenzó a obligar a doblarse hacia el costado izquierdo, y un impulsivo y que derivó en un violento dolor en su brazo derecho, que se lo recorría de arriba abajo, como si algo vivo, estuviese reconociendo todo el brazo por dentro, todo ello seguido inmediatamente de una muy fuerte presión en el pecho y una imposibilidad material para poder respirar.
La vista comenzó a perder la claridad de poder ver con nitidez y sin apenas darle tiempo para levantarse del todo de aquel sillón, Santiago se vio caer al suelo desplomándose, como un pesado fardo sin vida. No lo pudo evitar. La niebla se hizo tan espesa ante sus ojos, que solamente merecía la pena dejarse llevar para cerrar la mirada y dejarse mecer por una extraña placidez.
Una vez llegado al destino de su caída, en el suelo de aquella sala del Consejo, las imágenes ante sus ojos se desvanecieron, como si el ya familiar velo de seda nevada y tupida, atrapado entre todas aquellas paredes, cayese sobre los perfiles y matices de todo lo que había ante sus ojos, hasta que el halo blanco y neblinoso le hizo perder la consciencia.
Era el mismo velo que tantas veces había visto caer por todos los rincones de aquella empresa, atrapando personas, situaciones, salarios e imprudencias, congelando de paso los nuevos planes y las nuevas ilusiones, convirtiendo todos los días en iguales, durante los ya un puñado años de ser empleado y estar atrapado allí adentro. Con un trabajo odiosamente idéntico cada día, cada mes y cada año. Sin ninguna novedad que hiciera renovar las ilusiones de tener que esforzarse y encontrar nuevas soluciones para nuevos problemas.

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