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jueves, 12 de julio de 2012




Un lugar muy peculiar


Alfonso Sánchez Ortega


Ramón estas cosas no las ve. El hombre está sumido en la inquietud de que todos los clientes estén satisfechos con el trabajo entregado y seguirle dando vueltas a la manivela de encontrar otros negocios diferentes. O al menos eso nos ha contado siempre. Pero en su empeño, nunca encontró nada nuevo. Los milagros no se repiten y en esta empresa, ya se había producido uno, del que todos vivíamos apenas sin merecerlo.
No era Ramón. Era Agapito. Él tendría que haber sido el operativo. Pero no lo conseguía. No lo había aprendido y no lo había visto en nadie para poderlo copiar. Con su continuo no saber qué hacer más que tocar las narices a los demás, seguramente para que se notase su existencia. No por ninguna otra cosa, sino porque no había nada más por detrás.
Según Santiago se veía ya en suelo, distraído con los recuerdos agolpados del pasado, que veloces y sin ninguna pausa se deslizaban uno tras otro ante sus ojos perdidos, lo mismo que de vez en cuando le sucedía, cuando dejaba la vista levantada hacia el techo y dejaba correr la imaginación, que siempre se le iba hacia atrás y nunca hacia adelante, sin poder al principio, comprender bien el por qué. Aunque en aquel preciso momento, algo nuevo sucedía, oía gritos y carreras de varios compañeros inclinados a su alrededor, llamándole por su nombre.
¿Santi, Santi, estás bien…? ¡Santiago…!

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