Un lugar muy peculiar
Alfonso Sánchez Ortega
Ramón
estas cosas no las ve. El hombre está sumido en la inquietud de que todos los
clientes estén satisfechos con el trabajo entregado y seguirle dando vueltas a
la manivela de encontrar otros negocios diferentes. O al menos eso nos ha
contado siempre. Pero en su empeño, nunca encontró nada nuevo. Los milagros no
se repiten y en esta empresa, ya se había producido uno, del que todos vivíamos
apenas sin merecerlo.
No era Ramón. Era
Agapito. Él tendría que haber sido el operativo. Pero no lo conseguía. No lo
había aprendido y no lo había visto en nadie para poderlo copiar. Con su
continuo no saber qué hacer más que tocar las narices a los demás, seguramente
para que se notase su existencia. No por ninguna otra cosa, sino porque no
había nada más por detrás.
Según Santiago se
veía ya en suelo, distraído con los recuerdos agolpados del pasado, que veloces
y sin ninguna pausa se deslizaban uno tras otro ante sus ojos perdidos, lo
mismo que de vez en cuando le sucedía, cuando dejaba la vista levantada hacia
el techo y dejaba correr la imaginación, que siempre se le iba hacia atrás y
nunca hacia adelante, sin poder al principio, comprender bien el por qué.
Aunque en aquel preciso momento, algo nuevo sucedía, oía gritos y carreras de
varios compañeros inclinados a su alrededor, llamándole por su nombre.
— ¿Santi, Santi, estás bien…? ¡Santiago…!
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