IRIS
Alfonso Sánchez Ortega
Me fui a casa como pude, aunque tropezando por la
acera, porque las piernas no respondían a mi voluntad y los pies los tenía
dormidos, me di cuenta de que era mejor no correr, porque me caía hacia
adelante corriendo, tropezaba fácilmente porque las piernas no se movían bien e
iban a su aire y se entorpecían la una contra la otra, porque yo no podía tener ningún control sobre ellas. El mayor problema estaba
en las heridas de las rodillas, porque se me pegaban al andar en el dobladillo del
pantalón corto y en el rozar con la tela, el escozor me hacía ser
torpe y vago para dar un nuevo paso. Despacio iba mejor. Los brazos… veía las
estrellas al intentar cerrarlos. Trataba de doblarlos por los codos, aunque los
pusiese en jarras, pero me dolían mucho, en cualquier posición que quisiera
coger. Así que no tenía más remedio que aguantarme y hacer el payaso por la
calle como si estuviese controlando mis movimientos, imitando a un avión con
los brazos extendidos.
Me seguía ardiendo la cara. No podía abrir el ojo izquierdo, que se me había hinchado mucho, por lo que lo tenía ya prácticamente cerrado… porque apenas podía ver la luz del Sol con él. El aire de la calle lo cogía con ansia al respirar, para al menos, refrescarme por dentro los calores que sentía afuera. Me iba metiendo por los portales, para descansar un rato y poder quitarme de en medio para que la gente no me viese demasiado mis payasadas. Con los brazos en cruz, iba alternando la acera y la calzada, andando y corriendo lo que podía como si de un juego de ir en avión se tratara, al menos cuando alguien andaba cerca de mí, por lo que me podía imaginar, que la gente pensaría que estaba jugando un tanto alocado por la calle, lo que considerando mi edad, no era algo tan excesivo como a mí en principio me pudiera parecer.
Me seguía ardiendo la cara. No podía abrir el ojo izquierdo, que se me había hinchado mucho, por lo que lo tenía ya prácticamente cerrado… porque apenas podía ver la luz del Sol con él. El aire de la calle lo cogía con ansia al respirar, para al menos, refrescarme por dentro los calores que sentía afuera. Me iba metiendo por los portales, para descansar un rato y poder quitarme de en medio para que la gente no me viese demasiado mis payasadas. Con los brazos en cruz, iba alternando la acera y la calzada, andando y corriendo lo que podía como si de un juego de ir en avión se tratara, al menos cuando alguien andaba cerca de mí, por lo que me podía imaginar, que la gente pensaría que estaba jugando un tanto alocado por la calle, lo que considerando mi edad, no era algo tan excesivo como a mí en principio me pudiera parecer.
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